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Propuesta Pedagógica de Phillipe Meirieu

  • abernuyn6
  • 9 sept 2015
  • 15 Min. de lectura

StartFragmentEl pedagogo francés Philippe Meirieu es uno de los intelectuales franceses de la educación más influyentes de la contemporaneidad. Su extensa obra nos invita a estudiarla desde la perspectiva hermenéutica reteniendo para ello el concepto de pedagogía. Este concepto ocupa el centro de nuestros intereses académicos y tiene por objetivo comprender la formación del pedagogo.EndFragment

Los tres momentos de su pensamiento

A lo largo de la comprensión de su extensa obra observamos la delimitación del primer momento, el cual hemos denominado como de aprendizajes. Este tiene por objeto todo el trabajo sobre las tipologías de grupo en educación. En 1989 construye un modelo de aprendizaje e introduce la metacognición. Este concepto es uno de los más importantes aportes que él le hace a la pedagogía diferenciada.

El segundo momento, denominado filosófico, se apoya sobre la ética. En este él propone un nuevo modelo de aprendizaje que denomina modelo pedagógico de aprendizaje permitiéndole comprender en el sujeto todo el problema de la consciencia de sí y la resistencia; este modelo lo conduce con mayor claridad a la pedagogía.

El momento político es la consecuencia de los dos anteriores. Está articulado por la pregunta sobre la educación del ciudadano, la escuela de la República, la laicidad y el vínculo social. Así mismo, en este tercer momento, analiza la realidad de la escuela y hace una lectura diferente sobre el papel y el rol social de la escuela. La arquitectura del modelo no es lineal, es dialéctica en la medida en que él efectúa una relectura de los aprendizajes desde el punto de vista ético y político. Su arquitectura muestra la complejidad del pensamiento, un objetivo orientado hacia el estudio de la pedagogía y la presencia de unos conceptos y subconceptos.

Pedagogía y subconceptos

En efecto, la arquitectura del modelo, el esquema y los momentos de construcción han sido posibles gracias a la presencia y descubrimiento de unos subconceptos. El concepto central es la pedagogía. Con este concepto emprende una lectura sobre el sujeto, la consciencia de sí. La pedagogía está delimitada en su pensamiento por dos principios: la libertad y la educabilidad; así mismo está ligada a la cuestión de la resistencia. Esto le permite, en los años 1990, introducir el concepto de momento pedagógico. La pedagogía le permite, igualmente, llevar a cabo una lectura sobre el acto de educar desde dos ángulos: instrumentar e interpelar. A través de la pedagogía busca comprender el rol social de la escuela y su función respecto del vínculo social. Cada concepto es portador de un grupo de sub-conceptos. El acto de enseñar aparece como una física y los métodos provienen de su comprensión del acto de aprender. El aprendizaje es un concepto longitudinal, atraviesa su obra y su pensamiento pedagógico. Cada concepto es objeto de reescritura a lo largo de su obra y, en alguna parte, el resultado de las reflexiones sobre experiencias vividas en un momento dado. La pedagogía aparece, de un lado, analizada desde la perspectiva filosófica, política y los aprendizajes; de otro lado, resultado de la construcción de los dispositivos (modelos de formación de profesores, modelo de aprendizaje y modelo pedagógico de aprendizaje).

Educabilidad y aprendizaje

Ante todo, la educabilidad en Philippe Meirieu está vinculada a la noción de aprendizaje. Ella es un concepto clave en su discurso pedagógico, resultado de los análisis realizados sobre la historia de los grupos, sus límites, posibilidades y su apuesta social. Él llega a este concepto por medio de la investigación realizada entre 1979 y 1984 cuyo tema principal eran las pedagogías de grupo y la experiencia vivida en los años de enseñanza. La universalidad de este concepto, su validez heurística, su potencia teórica y su legitimidad histórica lo conducen a desarrollar sus ideas pedagógicas sobre dos registros. De un lado, sobre la práctica de enseñanza; de otro lado, sobre el acto reflexivo. Sobre la base de estos dos registros descubrimos un profesor deseoso de comprender el saber, un sujeto dispuesto a interrogar su propia práctica, un individuo disponible espiritualmente a comprender esa extraña relación humana y de saber que se instala entre un profesor y un alumno. Trabajar en la clase es a la vez reflexionar los aprendizajes, las relaciones entre los sujetos y los imperativos éticos que esta relación impone. Este imperativo ético se perfila sobre el horizonte práctico. Aprender es a la vez la expresión de un momento de vida, de una experiencia interior, de un desafío del ser. Estudiar esta relación, analizarla y comprenderla impone, a largo plazo, medir la verdadera esencia de aquél que acompaña al otro. Un profesor es alguien que reflexiona la práctica y los fines de la educación de los sujetos. En Philippe Meirieu, la práctica se expresa por medio de los aprendizajes; lo reflexivo a través de la ética, la acción por medio de la política. La educabilidad es sobre todo un instrumento nocional cuyo objeto es explicar la incapacidad que tendrían ciertos profesores de administrar, a través del grupo, el acto de aprender; de hacer girar la palanca, de hacer girar la actividad hacia una intención positiva en función de las capacidades del alumno. Es una convicción profunda del profesor en relación con el futuro del otro. Ella es, de otro lado, una noción-recurso y sirve para reflexionar las condiciones escolares, sociales y políticas de un aprendizaje logrado. Por medio de este concepto, él demuestra las capacidades del alumno y la convicción pedagógica que debe tener todo profesor en esta dirección. Si las pedagogías activas defienden la idea según la cual el alumno es el centro del proceso, ¿por qué muchos de los profesores prefieren funcionar en una pedagogía frontal? Para responder a esta pregunta, él se ubica del lado de los aprendizajes y analiza dos conceptos: el poder y la libertad. No obstante, estos dos conceptos se desarrollarán a nivel filosófico solamente a partir de 1990 (el momento filosófico). En los años de aprendizaje, el pedagogo Meirieu, observa que la naturaleza de un aprendizaje explica ante todo la convicción pedagógica de un sujeto. Hacer todo para que el otro tenga éxito en su actividad escolar es un asunto de pedagogía. La fatalidad de un aprendizaje sería, en consecuencia, la expresión de una incapacidad pedagógica en el profesor, la ausencia de una exigencia metodológica y el desconocimiento de la actividad creadora de lo humano. Con respecto a esto, nos podemos preguntar si ¿el logro o el fracaso escolar es una responsabilidad exclusivamente de los profesores? ¿Se trata de una culpabilidad social, incluso, escolar, donde los profesores tendrían una parte de responsabilidad?; y ¿si fuera lo contrario? ¿Y si la escuela fuera una institución incapaz de construirse en función de la realidad del alumno, o si la sociedad no es una sociedad de saber?

En efecto, respecto al proceso educativo, el aprendizaje actúa de manera práctica y teórica. Teórica, puesto que no hay acto educativo que no sea objeto de reflexión en el plano de los aprendizajes y, práctico, puesto que toda educación es, ante todo, un aprendizaje logrado. A este nivel, encontramos un pedagogo interesado por disciplinas tales como la psicología, la filosofía y la sociología y lo hace para comprender los aprendizajes y el fracaso escolar. Dado que las definiciones sobre los aprendizajes son numerosas es casi imposible construir universalmente una; el aprendizaje y el conocimiento han sido objeto de estudio de la psicología, de la filosofía, especialmente de la filosofía de las ciencias y de la sociología. Esta última busca explicar los factores sociales que intervienen en el fracaso escolar. La pedagogía se interesa en los aprendizajes desde el punto de vista metodológico y para esto establece un balance de las teorías provenientes de estas ciencias. Al leer de cerca las definiciones dadas por los pedagogos estas provienen tanto de la psicología, de la filosofía como de la sociología y curiosamente, todas están vinculadas con los dispositivos. Es por esto que la pedagogía con frecuencia se define como la ciencia de los dispositivos.

Entre todas estas ciencias, es la psicología la que ha tenido una influencia más directa sobre la pedagogía. A este respecto, se reconoce la importancia de las teorías del conocimiento en Piaget. Este fue uno de los epistemólogos del siglo anterior que desarrolló la teoría biológica del conocimiento y realizó aportes importantes a la pedagogía. Para él, el conocimiento tiene lugar entre asimilación, acomodación y equilibración. Según su teoría, un aprendizaje es el resultado de la acción entre el sujeto y el objeto; este se traduce por un conocimiento equilibrado.8 Otro psicólogo cuyas teorías han sido decisivas para la pedagogía es Vygotsky. El interés sobre la evolución de los procesos cognitivos y su dinámica lo llevan a tener una mirada especial sobre los aprendizajes. Él observa en esta actividad la maduración del pensamiento en el niño. La noción de zona de desarrollo próximo es clave en sus trabajos.9 Esta noción explica la relación entre el mundo exterior y los procesos psíquicos del niño –construcción de la autonomía–. Esta noción será muchas veces retomada por los pedagogos y a partir de ésta ellos construyen dispositivos.

Del lado de la filosofía nos encontramos en la misma situación que en la psicología. La pluralidad de definiciones hace casi imposible una lectura singular sobre el aprendizaje. El saber, el no saber, el conocimiento, el no conocimiento, el pensar, el actuar, el tiempo del actuar, la idea, son todas ellas nociones vinculadas con una de las cuestiones más misteriosas para el ser humano: ¿qué es aprender? A propósito de esto, el filósofo Deleuze dice: “aprender no es más que lo intermediario entre no saber y saber, el pasaje viviente del uno y del otro”.11 Este pasaje denota diferencia y no repetición. Hay repetición en el fracaso y no en el saber. Todo saber es único. La experiencia para llegar a él es fluctuante en lo posible. Puedo aprender la experiencia de leer en mis primeros años sin que ella jamás sea análoga a la que tiene lugar en la edad adulta. Aprender a leer a la edad de siete años es una experiencia única, un descubrimiento de placer, pero el aprendizaje consciente de la lectura tiene lugar en la edad adulta, cuando sabemos escoger la compañía de un autor, de un tema y de un género. Leer es un descubrimiento del yo, de un género y de un autor. Así mismo, aprender a bailar es una experiencia en la cultura; ella forja también nuestra identidad. Desde el punto de vista fenomenológico aprender es la manifestación más importante de la experiencia.

Si escogemos al azar la definición de aprendizaje dada por un pedagogo, encontraremos este doble registro: el psicológico y el filosófico. La pedagogía de Herbart –de acuerdo con el prefacio escrito por Wigand de la edición Tilman– está basada sobre la teoría del curso que educa. Hay en esta teoría tanto de filosofía como de psicología. “Lo bello, lo verdadero y lo bueno se conjugan con el conocimiento y la simpatía en el universo mental”.12 A decir verdad, todo pedagogo se posiciona en este doble registro para construir su propia teoría pedagógica. No existe ningún pedagogo que no esté obligado a visitar estas dos ciencias; él lo hace para encaminarse hacia una definición de la pedagogía. Esta misma situación la encontramos en Philippe Meirieu. La constatación del fracaso en los aprendizajes escolares de algunos de sus alumnos y el logro de otros, se presenta ante sus ojos como un verdadero problema pedagógico. ¿Seguramente esta constatación es el resultado de su experiencia personal? Sobre todo que durante sus años de profesor en el colegio Saint Louis Gillotère él descubre la difícil libertad de aprender. Esta experiencia se vuelve la fuente de su noción de educabilidad:

Hacer que todos los alumnos tengan buenos resultados en las disciplinas, buscar y poner en práctica las estrategias requeridas para que todos puedan efectuar los aprendizajes propuestos, no es jamás asignarle la responsabilidad del fracaso al alumno hasta tanto no se hayan agotado todos los medios posibles del logro escolar.13

Aún más, la difícil libertad de aprender está vinculada en su discurso con el problema del logro escolar y sus condiciones metodológicas. Su lucha intelectual durante este momento –aprendizajes– consiste en demostrar que el fracaso escolar tiene su génesis en las malas metodologías, la ausencia del consejo metodológico, la incapacidad que tiene la institución escolar de promover la situación problema. La técnica pedagógica es culpable del fracaso escolar al mismo tenor que las políticas escolares. Es de resaltar, de otra parte, que el fracaso escolar para él se traduce en el fracaso de aprender. Haber constatado la imposibilidad del grupo de darle una respuesta positiva a este problema, obliga a nuestro pedagogo a dirigir una vez más su mirada sobre las tres disciplinas más arriba anotadas para deducir la existencia del postulado de la educabilidad. Es a partir de ellas donde él descubre los argumentos teóricos necesarios para defender la importancia de la actividad escolar sobre el plano de la libertad y la autonomía. Cada situación de aprendizaje es una oportunidad para la libertad del alumno; aprender es llegar a ser libre. Tener buenos logros escolares es el resultado de la exigencia ética y metodológica respecto del alumno. El logro escolar es la exigencia ética primera de todo pedagogo. Aun si el acto de aprender es una experiencia individual, la acción del pedagogo es decisiva. Cada pedagogo debe engendrar el deseo; hacerlo es ya un aporte decisivo en el porvenir del otro. Nuevas dimensiones en su discurso pedagógico emergen de este primer momento –resistencia, capacidad, saber, libertad–. Estas van a constituir el principio ético de una verdadera pedagogía del otro, una pedagogía de la diferencia. En consecuencia, el postulado de educabilidad es el resultado del análisis realizado sobre la historia de los grupos, una reflexión sobre el fracaso escolar, los aprendizajes y la pedagogía diferenciada. Es un principio ético, tal como lo desarrollaremos en el momento filosófico; tiene sus raíces en el acto de aprender y está vinculado más a la educación que a la instrucción. Instruir es aplicar, educar es transmitir valores, normas y una moral. Instruir escapa a toda reflexión, educar exige la reflexión según las finalidades previstas –libertad y autonomía–. Mientras que toda educación anticipa unos valores y una práctica, la instrucción impone un método; la educación libera mientras que la instrucción impone. Estos dos conceptos guardan una diferencia bien marcada en el discurso pedagógico de nuestro autor. También tiene un lugar singular en sus reflexiones. Recurre a ellas cuando siente la necesidad de defender los puntos de vista sobre el destino del otro, de la escuela y el desarrollo de la libertad y la autonomía del alumno. Curiosamente, este principio antes de ser un principio ético se vuelve un dispositivo. ¿Cómo y por qué? ¿La libertad y la autonomía, según él, deben ser instrumentalizadas? ¿Qué necesidades profundas en su ser lo llevan a quedarse en los dispositivos? ¿No existe, entonces aquí, una expresión objetiva de la racionalidad pedagógica?

La educabilidad, un principio regulador

En efecto, como resultado de los debates sostenidos entre filósofos y pedagogos,14 Philippe Meirieu da inicio a un trabajo de comprensión de la pedagogía apartándose por un instante de la racionalidad sin llegar a renunciar al dispositivo. Percibe en el acto pedagógico una contradicción irresoluble aunque positiva: se trata de la educación como domesticación y de la educación como emancipación. A partir de aquí toma conciencia de la contradicción expresada entre instruir y emancipar, liberar y retener, encerrar y desencadenar. Esta contradicción será fecunda y le permitirá abordar de otro modo el principio de educabilidad. Esta vez se aparta un poco de la acción instrumental para entrar en la filosofía. Este hecho es clave en una nueva definición menos instrumental de la pedagogía. Más aún, se aleja por un momento de la instrumentalización para penetrar el misterio ontológico de la libertad y de la autonomía. Parece también que este esfuerzo intelectual surge en un momento fecundo de su reflexión práctica. Primero, porque ya se encontraba en sus funciones universitarias y había penetrado la realidad de los aprendizajes y tenía la responsabilidad de dirigir los cursos de pedagogía en el ISPEF. Era una época en la que la cuestión de los aprendizajes se estudiaba de manera filosófica, sociológica e histórica. El retorno a la pedagogía por el lado de la filosofía, le impondría en su espíritu un trabajo crítico y una reflexión epistemológica. Un elemento positivo se desprende entonces de sus escritos, el cual nos informa de la aporía16 entre pedagogía y libertad. Para él, la pedagogía hace libre a las personas, es su función ética; pero ella encierra al individuo, es su función práctica; ella aparta el espíritu de las personas de la superstición, es su función axiológica.

La pedagogía pretende liberar pero no hace más que esclavizar; entre más el pedagogo se convence de la importancia de su actividad, más se compromete, más inventa nuevos y originales métodos y es más peligroso. Lo peor de los pedagogos es lo mejor, y lo mejor es con frecuencia lo peor.

La educabilidad aparece como el único principio natural sin ningún arraigo al principio de la razón; no es deducible de ningún conocimiento previo; es la fuente de todo conocimiento pedagógico. En esta perspectiva, introduce la noción de ser-para-sí y redescubre una energética de la acción pedagógica. El acto de enseñar y el acto de aprender fijan las antípodas de la pedagogía. Un profesor puede organizar perfectamente el dispositivo didáctico y no lograr que su alumno aprenda o, puede ser modesto con respecto al dispositivo y que este tenga buenos resultados en el aprendizaje. Según Meirieu, no es el dispositivo la causa del logro o el fracaso escolar; sino más bien es la disposición hacia el otro, sus aprendizajes y sus dificultades. La relación maestro-alumno anuncia ya una aproximación fenomenológica. Se detiene en la disposición del sujeto para esclarecer la relación pedagógica. Observa, aquí, el acto de resistencia. Esto le impone a los pedagogos no abdicar al principio de educabilidad ni renunciar a los desafíos que impone la libertad del otro, y menos aún, a separarse de la difícil libertad para hacer de la resistencia una ocasión de aprendizaje y de libertad. Renunciar a ésta le impediría al profesor hacer obra de educación, promover una libertad posible y una autonomía consciente. Enseñar para Meirieu es siempre tener en mente el logro del otro.

«No hay, en consecuencia, «ser-para-mí» que no sea también «ser-para-el otro»: querer enseñar, es creer en la educabilidad del otro; querer aprender es creer en la confianza del otro hacia mí»

La responsabilidad respecto al otro teje una relación ontológica sin que ella sea anulada por Dios. La confianza aparece como el mecanismo de la heteronomía, el vínculo entre la individualidad y la subjetividad. Compartir con el otro no se deduce de una objetivación sino de una convicción puramente ética. Sobre todo cuando esta responsabilidad engendra en el profesor un esfuerzo hacia la libertad del otro, explica por qué Philippe Meirieu se aferra a una noción moral al mismo tiempo que reconoce el calor de la confianza. Dice una vez más Emmanuel Levinas que “hablar, es al mismo tiempo que conocer al otro, ser reconocido por él. El Otro no es solamente conocido y saludado. No es solamente nombrado sino también invocado. Para decirlo en términos gramaticales, el otro no aparece como nominativo sino como vocativo”.20 Parece ser que la entrada ética obliga a Philippe Meirieu a establecer una lectura fenomenológica de la relación alumno-profesor. El alumno aparece muchas veces bajo la forma de una mirada; él ocupa un lugar y es objeto de una consideración. El encuentro del alumno con el profesor es la fuente de un vocativo, de un reconocimiento en tanto que otro. El Otro es la expresión de una libertad potente; acogerlo es expresarle una hospitalidad sin límite. Todos los textos escritos por Philippe Meirieu en este período registran este aspecto ontológico del encuentro entre el maestro y el alumno. Esta lectura moral y ética de la libertad por medio del reconocimiento del otro le impone la elaboración de un nuevo discurso a partir de la confianza. Él se aparta, ciertamente, de la razón pura, para volver sobre la responsabilidad negativa. Esta negatividad marca de entrada una nueva mirada ética al mismo tiempo que práctica. Negatividad que se expresa por medio de la confianza ontológica entre sujetos; por el conector discursivo del “sujeto-para-el-otro” y del “sujeto-para-sí”.

Somos capaces, en efecto, sin mucho peligro para nuestro oficio, de aceptar que aquel con el cual hemos tenido buenos resultados nos olvide o reniegue de nosotros, pero nos es difícil aceptar que resista y nos rechace es en esta aceptación que se encuentra, si no la sabiduría, por lo menos la supervivencia del proyecto de educar.

La confianza en el acto educativo y ante todo en el acto de aprender, le impone al educador una voluntad positiva respecto de las capacidades del otro. El alumno, aquí, encuentra su condición de ser; se convierte en un sujeto capaz de reconocimiento. El fracaso de este acto paradójicamente es posible. Del lado del educador, este debe hacer como si, comprometerse en la acción pedagógica, analizar el acto para visualizar una confianza que engrandece. La libertad es un asunto de coraje, de confianza y de certeza en la historia del otro. Ella exige, de parte del educador, el coraje de recomenzar, la separación de la incapacidad y la certeza de la potencia del encuentro. Contribuir en la educación del alumno, ayudarle a encontrar su condición de Otro, es un desafío pedagógico supremo. El coraje, de acuerdo con los principios de nuestro pedagogo, resume la exigencia ética hacia el otro buscando producir en el otro una libertad sólida.

Cierto, la confianza en el educador es un descubrimiento día tras día así como la libertad lo es respecto de la autonomía; ella es su existencia. Esta confianza se presenta a los ojos del pedagogo como el único referente válido; es un mecanismo ético capaz de salvarlo de toda aplicación técnica. Es en este sentido que la apuesta de la educabilidad penetra el misterio de la libertad a través de la confianza expresada y la acción sensata. Este principio muestra, una vez más, el retorno hacia la filosofía del rostro. Este rostro es el ingreso a la confianza y el retorno a sí mismo. El dice así que: “La apuesta de la educabilidad puede volverse manipulación demiúrgica y la no reciprocidad convertirse en suficiencia. Estos dos principios parecen necesarios y peligrosos el uno sin el otro”.

En definitiva, la cuestión de la libertad aparece en el discurso pedagógico de Philippe Meirieu como un registro fenomenológico. La noción de otro es objetivada por la pedagogía. La confianza instala el momento esencial del acto pedagógico e impone un registro ético necesario para oponerse a la manipulación o al desespero. Este registro fenomenológico se expresa también en la apuesta de la educabilidad donde el otro es reconocido en su radical diferencia. La no reciprocidad hace del educador un sujeto ético y la libertad un sujeto emancipador. Curiosamente, este último concepto, propio del pensamiento ilustrado, se mezcla con el concepto de Otro y a través de éste con la heteronomía. Es a partir de aquí que surge en él el esfuerzo ontológico para comprender el lugar de la ética, el concepto de otro y su emancipación.

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